Edinson Vanegas: un alma que hace latir el tango en Aranjuez
Entre el humo de los trenes y el rumor del río Magdalena, nació Edinson Darío Vanegas Samaya, en un puerto donde los días olían a hierro y los hombres medían el tiempo por el paso de los vagones.
Hablar de Edinson es hablar del corazón palpitante del tango en Medellín. Aunque originario de Puerto Berrío, Antioquia, fue en el barrio Manrique donde encontró su verdadera identidad artística. Desde niño, fue testigo del bullicio de las calles, del tren que cruzaba el pueblo y de las redes llenas de pescado que traía su padre, un pescador orgulloso. Su madre, dedicada al oficio del lavado y planchado, le enseñó la dignidad del trabajo y el valor de las raíces humildes.
“Muchos sienten vergüenza de contar de dónde vienen —dice—, pero yo me siento orgulloso de mis padres, porque mi historia también es la de ellos”.
De Puerto Berrío a la cuna del tango
A los diez años llegó a Medellín con su familia. En ese entonces, el tango era apenas un rumor lejano que se colaba por las calles. Sin embargo, algo en ese ritmo melancólico empezó a llamarlo. Desde los nueve años, sin saberlo, el tango ya lo había elegido.
Su primera maestra de danza fue doña Rosa Sucerquia, quien sembró en él las bases del baile. Más tarde, su curiosidad lo llevó a la Casa Gardeliana, un espacio mítico de la cultura tanguera en la ciudad. Allí, siendo apenas un adolescente, encontró la forma de ingresar, se ofreció a hacer mandados a cambio de poder quedarse viendo los ensayos.
“Me hacía detrás de la puerta a mirar todo. Veía los pasos, la elegancia, la música. No podía estar adentro, pero mi alma ya bailaba tango”.
La magia de la Casa Gardeliana
El encuentro fue tan intenso que decidió seguirlo. Empezó a asistir a la Casa Gardeliana, ese pequeño santuario del tango en el barrio Manrique. Allí descubrió no solo una música, sino una cultura, una ética, un modo de sentir. En los años setenta, la Casa Gardeliana era un universo paralelo. Las luces tenues, el aroma a vino, el humo de los cigarrillos y los cuadros que contaban historias creaban una atmósfera única. “Era como entrar a un libro abierto, a una historia viva”, recuerda.
Allí conoció a los grandes intérpretes de la época y entendió que el tango no era solo baile, sino también poesía, nostalgia y carácter. Con el tiempo, pasó de ser el joven curioso que miraba desde la puerta, al bailarín que subía al escenario
El nacimiento de la Corporación Fantasía Argentina Tango
El 9 de marzo de 1990, Edinson tomó una decisión que cambiaría su vida y la de muchos jóvenes: fundar su propio grupo de tango. En la sala de su tía, con la ayuda de su prima Zulay y algunas amigas, nació Fantasía Argentina, un grupo que se convertiría en escuela, familia y símbolo de resistencia cultural.
“Les enseñé lo poco que sabía —dice entre risas—. Armamos el grupo y cuando íbamos bajando por la calle, una de ellas dijo: ‘Esto es pura fantasía’. Y le respondí: ‘Sí, Fantasía Argentina’”.
Desde entonces, el grupo ha formado a generaciones de bailarines y ha llevado el arte del tango a escenarios locales, nacionales e internacionales. Su labor no solo se centró en el espectáculo, sino en la formación pedagógica: Edinson fue maestro en colegios y centros culturales, abriendo espacios para que los niños y jóvenes encontraran en la danza una alternativa de vida.
Bailar en medio del conflicto
Durante los años noventa, Medellín vivía una de sus épocas más violentas. La Zona Nororiental no era la excepción. Entre balaceras y fronteras invisibles, enseñar tango se convirtió en un acto de valentía.
“Nos decían que no podíamos entrar a ciertos barrios. A veces dictábamos clase y se desataban tiroteos. Nos tocaba tirarnos al piso con los alumnos”, cuenta.
Pese a las amenazas, Edinson siguió. Dialogó incluso con los milicianos del sector, convenciéndolos de que su trabajo era cultura y esperanza. “Muchos de ellos terminaron apoyándonos, y algunos hasta se convirtieron en bailarines”.
También recuerda a jóvenes que estaban a punto de tomar las armas y que, gracias al tango, encontraron un nuevo camino. “Una muchacha me dijo que se iba a meter a la guerrilla. Yo la convencí de que se quedara. Cuando la vi vestida para bailar tango, entendí que había valido la pena”.
Del barrio al mundo
Con los años, la Corporación Fantasía Argentina Tango trascendió fronteras. Edinson y su pareja de baile, Johanna Palacios, representaron a Colombia en escenarios internacionales. Han participado en festivales de tango en diferentes ciudades del país, fueron invitados al Festival Folk Life de Washington D.C., donde enseñaron tango a personas de todo el mundo, y viajaron a Buenos Aires, Argentina, para rendir homenaje al maestro Juan D’Arienzo, dejando un emblema en su tumba.
“En Washington nos dimos cuenta de que el tango no necesita traducción: se habla con la mirada, con las manos y con los pies”.
Un legado que sigue vivo
Hoy, Edinson Vanegas sigue siendo un referente del tango comunitario. Su trabajo no se mide solo en trofeos, sino en las vidas que ha tocado, en los jóvenes que se salvaron gracias a la danza y en el reconocimiento de su comunidad.
“No me interesa el ruido del reconocimiento —dice con serenidad—, me interesa el eco que deja en la gente. Cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Gracias por traer alegría’, ahí entiendo que todo valió la pena”.
En cada paso, en cada compás y en cada mirada cómplice con su público, Edinson junto a Johana Palacios, compañera incansable y hoy directora ejecutiva de Fantasía Argentina, mantienen vivo el espíritu del tango. Un arte que, más que un baile, ha sido su manera de resistir, enseñar y honrar la vida desde la Nororiental, la zona que lo vio crecer y desde Aranjuez la comuna que lo ha visto florecer.
Y así, entre tangos, abrazos y miradas, Edinson Vanegas continúa su danza: esa que empezó en un puerto caliente y que hoy hace vibrar a todo Aranjuez. Porque mientras suene un bandoneón y haya un corazón dispuesto a sentir, la vida seguirá bailando con él.
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