Maestro Édgar Gamboa: Patrimonio vivo de la Comuna 4

“Mi enfoque principal se encuentra en el contraste entre nuestra percepción de las cosas y la realidad actual”. Édgar Gamboa

Unir metal contra metal, martillado, calentado, fundido con los electrodos, al amperaje preciso, para que se fusionen los fragmentos de metal. Estos, sumados, van configurando la forma general. Luego, «chispas brotan». La acción de las pulidoras rebaja los bordes que no son necesarios.

Qué gran habilidad y maestría tan única, la de hacer que el duro metal responda en sus manos y parezca barro. Configura un pliegue, una sonrisa, una mirada profunda, un gesto sosegado de una mano, el sufrimiento de un cuerpo. Es una habilidad madurada durante años por el maestro escultor Édgar Gamboa, quien, a la par, ha conquistado un lugar importante en el escenario de la escultura.

El impulsor y hacedor de su talento

De muy niño el maestro Gamboa descubrió su vocación por el arte, dibujaba y pintaba algunas pequeñas obras que vendía a sus compañeros: “Ya a los 17 años decidí interrumpir mis estudios del colegio, después de realizar algunos cursos de artes en la Universidad de Antioquia y por intermedio de mi padre, conocí al artista Justo Arosemena, por aquella época mi padre era sastre y le confeccionaba los trajes a don Justo, entonces fue muy fácil que él me aceptara como su aprendiz”.

El maestro Justo Arosemena fue un pintor y escultor panameño considerado uno de los primeros seguidores del expresionismo abstracto en Panamá, después de recorrer un número importante de academias de artes del mundo formando su criterio artístico y creativo. Se radicó en Medellín y fundó en los años 1960, «Arosemena Ltda», una agencia de publicidad. En ella el maestro Gamboa inicia su viaje por el mundo del arte. “Inicié como ayudante de una agencia de publicidad que el maestro tenía en el barrio Colombia; posteriormente el maestro Arosemena cierra su negocio de publicista y en Crown Litometal, una empresa ubicada en el barrio Guayabal, le cedieron a él una enorme bodega en la cual comenzamos a producir esculturas en metal de gran formato que le encargaban”, recuerda el maestro Gamboa. 

Recuerda el maestro Gamboa que de su familia, dos tíos eran buenos pintores y dibujantes y que de ellos valoraba su habilidad para pintar. Su paso como aprendiz del maestro Justo, también lo aproximó a una familia de artistas e intelectuales de tendencias sociales, conoce a grandes personalidades de varias disciplinas, como: las artes, las letras, la medicina y personajes que serían importantes referentes en múltiples campos del saber para Antioquia y la nación.

Dice el maestro Gamboa: ”El maestro Justo realizaba cada tanto unos encuentros y tertulias en las que compartimos con varios artistas y personalidades, entre ellos los más asiduos; los periodistas Manuel Mejía Vallejo y Óscar Hernández, el poeta Carlos Castro Saavedra, los médicos Hernando Echeverri y Héctor Abad Gómez y el artista Rodrigo Arenas, entre otros”.

En medio de esta pléyade de mentes y espíritus brillantes y con el afecto que le brindó su maestro y mentor Justo Arosemena “pasaron los años; (…), en los cuales templó su carácter, agudizó su espíritu de observación y paso a paso, fue dominando las técnicas escultóricas percibidas y practicadas por su maestro, en un proceso personal donde la manualidad es fundamental”. 

El arte de la forja en frío dominada por el maestro Gamboa

Con su padre acompañándolo en su oficio, el maestro Gamboa se adiestra en la geometría del cuerpo humano, sus dimensiones, proporciones, escalas, cortes de piezas que formarían una totalidad. ¿Cómo diseccionar un cuerpo humano en secciones armables fácilmente? Saber fundamental para un escultor, y decisivo para la técnica en la cual el maestro Gamboa va a desarrollar todo su talento: la forja en frío. En el forjado de hierro en frío, el escultor debe considerar permanentemente la proporción del cuerpo humano o cualquier objeto a representar, así mismo, la relación de la parte con el todo.

Hay una gran diferencia en esta forma de esculpir con las formas clásicas, como la talla en mármol, donde es a partir de restar material — como lo decía Miguel Ángel el artista del renacimiento—, aquello que le sobra a la obra, que permanece contenida en las rocas. En el caso contrario, en la técnica del hierro forjado en frío, la obra se va haciendo por fragmentos, sumando material premoldeado, sin una totalidad desde la cual se pueda partir, la imagen está virtualmente grabada en la mente del artista y solo va aflorando en la medida, en que los trozos de metal se vayan sumando uno a uno. 

La forja es un proceso de manufactura que implica dar forma al metal, en la que la deformación con un propósito plástico, se produce por la fuerza de compresión, ha sido utilizado durante  miles de años por el hombre para fabricar millares de objetos de múltiples usos: armas, herramientas, artefactos mecánicos, decorativos, etc. La forja puede realizarse en frío, en caliente o por presión.

En el mundo antiguo los romanos y griegos fueron grandes especialistas en forja. con este arte caracterizaron a deidades como Vulcano y Hefestos. Una gran sorpresa se puede llevar el observador al ver una de las obras del Maestro Gamboa, ya que es capaz de reproducir con el metal, hasta las costuras de las prendas de vestir que llevan sus obras, detalles tan particulares como este, o por ejemplo, si en la obra va una rueda de triciclo, no va a buscar una rueda vieja para ponerla, él la construye en su totalidad y le da el estado en el cual considera que debe estar; aplastada o medio destartalada; imitando cada pliegue, torcedura del objeto a representar.

¿Y cómo llegó a esta técnica, que no se enseñaba y no se enseña en ninguna academia de arte o instituto? nos dice el maestro Gamboa: “La técnica que trabaja el maestro Justo Arosemena, la utilizó mucho en Panamá, fue una técnica que amó hasta sus últimos días, era una técnica compleja en ciertos momentos, es pesado y de mucho trabajo, los riesgos son constantes, porque se usan herramientas de mucho riesgo, pues en cualquier momento puedes tener un corte, una quemadura o una decapitación de un dedo por ejemplo”. 

La gran diferencia de otras técnicas de la escultura en metales, como el bronce vaciado a la cera perdida, por ejemplo, explica el maestro: “Con el bronce uno no puede llegar a la calidad de detalles, casi que milimétricos, pliegues que son fundamentales, en una escultura, esta técnica que yo trabajo permite ese nivel de detalles que son tan exquisitos y que a la gente les gusta tanto”.

Sus póstumas obras que quedarán grabadas en la memoria

El legado de su obra está viva en espacios de la ciudad como: Los niños de Villatina (2003), una obra que se ubicó en el parque conocido como Parque del Periodista, y que fue comisionada como parte de los acuerdos entre la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el Gobierno Colombiano.  Es una obra que dialogó sutilmente con el espacio urbano; no lo agrede ni estorba, como tantas obras que se ubican y que se convierten en barreras para el transeúnte, por el contrario se ha visto cómo los ciudadanos interactúan de hecho con esta obra que hace un homenaje póstumo a la masacre de nueve jóvenes y niños asesinados por agentes del estado vestidos de civil.

 

Para la concepción de esta obra el maestro ya tenía muy definido el tema, pero necesitaba una forma que agrupara la obra en el espacio, que fuera como un refugio, nos dice el Maestro Gamboa “estando en una cirugía de los ojos de mi hijo en el oftalmólogo, mientras esperaban el final de la cirugía, en medio de la preocupación de la intervención médica y el poco tiempo que tenía para culminar la propuesta que tenía pensado presentar, miré los afiches médicos del consultorio en los que aparecían varias representaciones de ojos”, efectivamente son imágenes de uso educativo que corresponden a secciones transversales de una órbita ocular, con el respectivo ojo cortado en sección. ” Y dije: ¡Esta es la forma que necesitaba, la forma de un ojo!

La forma elegida corresponde a un orbe que dividió el maestro Gamboa en nueve meridianos, usó estos segmentos para representar a cada una de las nueve víctimas del suceso, acertadamente la forma elegida conjugaría el término final para una composición evocadora y unitaria para toda la obra, dice el maestro: “Acertadamente corrí a hacer los bocetos y a definir la propuesta que fue la que ganó el concurso por encima de grandes escultores de renombre de la ciudad y del país”. 

Otra de sus obras póstumas y más queridas es: Homenaje a Juan Valdez, una obra de 400 kilos que comenzó a ser planeada en la mente del maestro Gamboa y ejecutada con un nivel de detalles y precisión excepcional, en cada una de las partes que la componen.

Un día la comenzó y con el apoyo financiero de uno de los hijos de su maestro Justo Arosemena, es decir casi un hermano, comenzó su realización, en el propio taller de su mentor en la Ermita de San Francisco de Montesclaros, en el municipio de La Ceja, lugar en el cual el maestro Justo Arosemena había establecido su taller y que desde siempre fue compartido con el maestro Édgar en casos en los que se propone realizar obras de gran formato.

Se dio a la exigente tarea de exaltar la figura del café colombiano en todo el mundo y llevarlo a la tridimensionalidad de la emblemática figura. El modelo de esta obra es el mismo Carlos Sánchez, quien representó al cafetero colombiano durante 36 años, quien fue gran amigo del maestro Gamboa y que asistía religiosamente a que el maestro le tomara las medidas, para detallar sus rasgos en el metal, ritual que muchas veces terminaban en conversaciones largas acompañadas de uno que otro trago.

El maestro tardó dos años en terminar esta obra que ha recorrido de extremo a extremo, las calles de múltiples espacios y escenarios de la capital antioqueña y otras capitales de Colombia. Dice que la prueba de fuego para esta obra sucedió el día mismo en el que la obra vería la luz pública y sería admirada por miles de personas, dice el maestro Gamboa: “Estábamos llevando la obra en un camión que no tenía la carpa, y pasando cerca de un potrero, había un caballo un poco retirado, el cual relinchó muy brioso, justo cuando pasamos cerca de él, había reconocido la mula como un animal, ese fue un momento de alegría y euforia al ver ese animal expresando su complacencia ante la escultura”.

Un Personaje Singular

El maestro Gamboa es una persona tranquila, muy formal y sencilla, sin embargo tiene un número amplio de anécdotas particularmente cómicas; como la de una vez que colgó una monumental obra de la figura de cristo dando la espalda a las personas, como signo de protesta para los propios vecinos que tenían la mala costumbre de arrojar basuras al frente de su taller. Al ver que la gente empezó a murmurar y también empezaron a corregir su falta de civismo, el propio maestro mandó a voltear la obra, mirando a los transeúntes y vecinos, nuevamente. Como quien dice que no eran un pueblo digno de la misericordia de su Dios. O como a través de una una sirena que al encender genera un estrepitoso ruido, chillidos y alaridos para combatir las bullas que hacen sus vecinos hasta bien entrada la madrugada. 

“Es un magnífico vecino, lo conozco hace 24 años”, expresa el señor Humbero Ríos, quien se declara un admirador. “Como persona compartimos valores muy importantes, me gusta mucho este Cristo que tengo enfrente, me parece increíble la figura que logró”. De igual forma, el maestro comparte su alegría, porque el espacio público de las afueras de su taller, está siendo ocupado por sus propias obras, expuestas al juicio directo de las personas que pasan por allí, sometiendo sus obras al criterio del gusto, el respeto y la responsabilidad de ellas ; y lo mejor es que no ha fallado en su intento por demostrar que la humanidad responde ante lo bello, puesto que las obras nunca han sido ni robadas, ni agredidas, por el contrario se han ido estableciendo allí como el primer museo abierto al aire libre de la Comuna 4. 

Cuenta también que una vez llevó una de sus obras a un lugar cultural recién inaugurado en un populoso barrio de la ciudad, la administración del lugar se cansó de insistir al maestro de que sus obras permanecieran en el interior del edificio, bajo el resguardo del vigilante y los colaboradores, cuál sería la sorpresa cuando el maestro después de recorrer el lugar dijo: “Este es el mejor punto ¡Dejemos acá las obras!”, estaba hablando de dejar las esculturas en la calle.  Y su criterio de confianza supremo en el público no falló una vez más, las obras pasaron varios meses antes de que fueran llevadas en una gira infinita de la que el mismo maestro ha perdido la cuenta.

Diríamos que cuando se habla de la función formadora del arte y de las obras de arte, el Maestro Gamboa no deja duda que lo ha puesto a prueba miles de veces confiando sus creaciones a la mirada desprevenida del transeúnte, que se deja atrapar por estas obras, o persuadiendo a quien espera la oportunidad para tomar lo que no le pertenece. Es como si sintiera que sus obras son huérfanas y sin el otro que la observa, que la complementa y forman la escena, no existieran. Parece que piensa la ciudad como un escenario en donde sus obras están llamadas a complementar la realidad y darle el sentido final.

 

Este producto es realizado con recursos públicos priorizados por los habitantes de la Comuna 4 -Aranjuez, a través del Programa de Planeación de Desarrollo Local y Presupuesto Participativo del Distrito de Medellín.

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