THC: Más que calzado, un movimiento cultural

Todos Hacemos Cultura: un proyecto que resignifica el territorio
La primera parada del recorrido fue en Todos Hacemos Cultura (THC), un proyecto cultural y productivo que ha convertido la creatividad y la resiliencia en herramientas de transformación social. Allí conocimos a Andrés Felipe Rivera, fundador de THC, un joven habitante de Aranjuez que desde 2010 decidió apostar por el diseño de calzado sostenible a partir de fibras naturales de cáñamo, desmitificando el uso de
la planta de cannabis y demostrando su potencial para generar empleo, dinamizar la economía local y promover prácticas sostenibles.
Lo que se percibe a simple vista como un taller de diseño y calzado es, en realidad, un laboratorio de formas y afectos. Allí confluyen técnicas de producción, estéticas urbanas y un compromiso evidente con la sostenibilidad. En THC se trabaja con fibras naturales —entre ellas el cáñamo— para elaborar morrales, canguros, prendas y calzado. Productos que, además de su factura artesanal, portan una intención clara: demostrar que las prácticas productivas pueden dialogar con la ecología y la identidad local.
El nombre THC, originalmente relacionado con el componente psicoactivo del cannabis (tetrahidrocannabinol), aquí adquiere un nuevo significado: “Todos Hacemos Cultura”, un lema que conecta la iniciativa con su propósito social y cultural. Su eslogan lo resume con poesía urbana: “Al caminar sentirás levitar, es porque vas con THC”. La frase resume una apuesta que va más allá de la producción: desafía estigmas y abre un espacio para pensar la economía desde lo comunitario y lo creativo. “Queremos cambiar la connotación que se tiene de esta planta y demostrar que puede contribuir al desarrollo económico desde múltiples formas”, explica Andrés Felipe Rivera, impulsor del proyecto.
Donde el arte urbano se convierte en industria local
El recorrido por la sede de THC permite ver, con calma, el pulso de la iniciativa: un showroom donde las colecciones se exhiben y se aproximan los visitantes; espacios de diseño y corte; mesas de montaje donde las manos afinan detalles; y un área de acabados donde se controla la calidad. Allí trabajan personas del barrio que han encontrado en el oficio una posibilidad de sustento y aprendizaje. “Aprendí este oficio en una gran empresa, pero aquí me emociona la innovación constante y el desafío de cada diseño”, afirma Olga Zapata, una de las artesanas. Esa mezcla de
experiencia y apuesta creativa es el motor que hace que cada par sea, además de objeto útil, un relato sobre identidad y trabajo colectivo.
La estética de THC recoge la herencia urbana del hip hop y el rap; no es mera pose: es un lenguaje que conecta con una juventud que busca reconocerse en productos con significado. La marca, que en su trabajo hace énfasis en la economía circular, ha logrado trascender fronteras: sus piezas han llegado a mercados tan distantes como Australia, Noruega, México y Estados Unidos. Ese alcance, sin embargo, no borra la intención originaria: producir con sentido territorial, cuidar materias primas y generar oportunidades locales.
Más que calzado, un movimiento cultural
THC no solo produce calzado: genera procesos. Ofrece talleres, abre su planta a visitas guiadas y participa en ferias y encuentros donde su discurso se vuelve pedagógico. Allí se enseñan técnicas, se conversan posibilidades y se visibilizan alternativas a modelos productivos que, en muchos casos, precarizan el trabajo y despojan saberes. En ese sentido, el colectivo ha instalado una narrativa paralela: la del emprendimiento con sentido social.
El fenómeno cultural de THC también se conecta con el turismo comunitario. Los recorridos que incluyen la visita al taller no son meras vitrinas; son rutas que cuentan historias: la de la materia prima, la de las manos que transforman, la del barrio que reconoce en ese proceso una fuente de orgullo. Mostrar el taller como un punto de interés es, simultáneamente, una forma de incentivar la economía local y de resignificar el paisaje urbano desde la creatividad.
Ese diálogo entre producción y turismo crea un valor simbólico: al recorrer, el visitante entiende que lo que encuentra no es un producto aislado, sino el resultado de un entramado comunitario. Esa comprensión es la que incentiva la protección del lugar y la continuidad de las iniciativas.
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El eco de THC se refleja también en las oportunidades de formación que brinda. Jóvenes y adultos se han acercado a procesos formativos que combinan oficio y sentido crítico; algunos han encontrado en el taller la posibilidad de profesionalizar una práctica artística y, al mismo tiempo, aportar a la vida del barrio. Esos lazos, cotidianos y sólidos, son el corazón real del proyecto
THC ha participado en escenarios importantes para la proyección de proyectos culturales y de diseño, lo que le ha permitido tensar puentes entre la producción local y plataformas más amplias. Ese tránsito del taller al stand, de la calle al mercado abre preguntas sobre cómo sostener la ética productiva sin perder la esencia comunitaria. THC responde a esa tensión con prácticas que priorizan lo humano: procesos transparentes, formación y compromiso con la sostenibilidad.
Finalmente, la presencia de THC en el tejido comunitario es un recordatorio de que la cultura no es un adorno: es una herramienta para producir sentido, dignidad y futuro. Cada zapato que sale del taller lleva impresa una historia de resistencia, creatividad y memoria. Ese legado cotidiano, más que un título, es un llamado a mirar los barrios con ojos de posibilidad.
Esta crónica forma parte de la serie documental y periodística del proyecto Andareguiando Aranjuez. Si quieres conocer más sobre los lugares y protagonistas que están transformando la Comuna 4 a través del arte, la memoria y la economía solidaria, no te pierdas las próximas entregas de nuestra cobertura: relatos, fotos y audios que revelan, paso a paso, la riqueza cultural de Aranjuez. Síguenos en
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